El nuevo sistema industrial exigió un cambio en el mundo de las finanzas. Las antiguas
sociedades integradas con capitales familiares fueron cediendo ante la
aparición de las grandes sociedades anónimas, indispensables para costear los
gastos que demandaban la fabricación de las máquinas y la construcción de los
ferrocarriles. Gracias a esta concentración del capital, se formaron los
grandes bancos internacionales y el crédito permitió emprender obras cada vez
más costosas y más rentables. Así se fue afirmando progresivamente a lo largo
del s. XIX un sistema económico en el que la dirección de las empresas
pertenecía exclusivamente a los poseedores del K: el capitalismo. A ello
colaboraron diversos factores: la libertad de enriquecimiento que benefició a quienes
poseían la capacidad empresarial, la economía de mercado basada en el libre
juego de la oferta y la demanda en la fijación de precios y salarios, así como
la formación de las nuevas sociedades anónimas capaces de concentrar el capital
indispensable para financiar los elevados costos del maquinismo
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